Autor:

Rev. Daniel G. Caram

Introducción

Desde el principio del tiempo, el hombre ha rogado el favor de Dios. Sin embargo, el esfuerzo del hombre por procurar el favor Dios, a menudo ha sido en sus propios términos, usando sus propios recursos. Adán intentó cubrir su pecado y la vergüenza de su desnudez con hojas de higo, pero Dios solamente aceptaría lo que Él había provisto como cubierta: las pieles
de animales. Por supuesto, las pieles de animales implican que se requería el derramamiento de sangre inocente. Asímismo, Dios no pudo aceptar a Caín ni a su ofrenda debido a la mala condición de su corazón. Romanos 10:2-3 describe el esfuerzo del hombre para venir a Dios a su propia manera.

El perdón está basado en la fe en Aquel que pagó nuestra deuda en la cruz. Por esto, la salvación se recibe por fe. El don del Espíritu Santo se recibe por fe. La sanidad para nuestros cuerpos se recibe por fe, y la provisión para nuestras necesidades es por la fe. De hecho, todo lo que nosotros recibimos de Dios es por gracia por medio de fe. Incluso alcanzar la perfección
cristiana es por medio de una caminata de fe a través de nuestra unión y comunión con Jesucristo. “Nosotros estamos completos en Él” como Pablo nos dice en Colosenses 2:10. ¿La perfección cristiana viene por rituales (algo que hacemos por nuestras obras) o viene de una relación de fe? De esto trata la Epístola de Pablo a los Gálatas. Hay sólo una cosa que Dios quiere y ésa es “una nueva criatura”, un corazón cambiado (Gá. 6:15). Las tradiciones y las reglas innecesarias que nos dicen qué hacer y qué no hacer no tienen poder para cambiar nuestro corazón. De hecho, estas cosas fortalecen la naturaleza caída.

Ésta era la lección que Pablo estaba intentando imprimir en las iglesias incautas de Galacia, que en pocos meses se habían “apartado de la gracia”. Los gálatas estaban escuchando de todo corazón a los legalistas que se habían infiltrado en sus congregaciones y los habían persuadido a regresar a todos los rituales y costumbres del Antiguo Testamento, un régimen que
Pedro acertadamente describe como “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hch. 15:10). Habiendo empezado a caminar en el Espíritu, ellos estaban ahora tratando de ser hechos perfectos por la carne (Gá. 3:3). Ellos se habían apartado del Evangelio de la fe (que produce los hermosos frutos del Espíritu) hacia un sistema de obras.

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