Autor:

Dr. Paul G. Caram

Introducción

Las epístolas de Primera y Segunda de Pedro fueron escritas por el propio Pedro en la madurez de su vida, justo antes de ser martirizado en el año 66 D.C. Las dos epístolas están saturadas de las experiencias del apóstol, y reflejan a un Pedro pulido y perfeccionado. Estas dos cartas inspiradas son sus amonestaciones finales a la iglesia más joven de futuras generaciones. En su juventud, Pedro había sido aventurero, seguro de sí, agresivo, intrépido, precipitado, voluntarioso, impulsivo, franco, contradictorio, irritable, presumido y discutidor. A pesar de sus defectos, Pedro tenía una inmensa avidez de Dios. Ansiaba oir “las palabras de vida eterna”. Dios vio el deseo de su corazón y convirtió a este rudo pescador en uno de los santos más estacados de todos los tiempos. Sin embargo, esta transformación no ocurrió de la noche a la mañana.

Sería imposible apreciar completamente las dos epístolas de Pedro sin antes conocer sus primeros años como seguidor inmaduro de Cristo. En este estudio estamos comparando al Pedro joven y sin refinamiento, con el apóstol Pedro de madurez total, quien llegó a ser un hombre “afirmado, fortalecido y establecido” y una de las principales piedras de fundamento de la iglesia. También consideramos algunos defectos del carácter de Pedro que observamos en nosotros mismos—defectos que necesitan un golpe mortal para que participemos de la gloria venidera. El tema de “la gloria” aparece no menos de 16 veces en las epístolas de Pedro—una gloria precedida de mucho sufrimiento. Por lo tanto, en este emocionante estudio, no sólo estamos asimilando las dos epístolas de Pedro, realmente estamos viendo la vida entera del ápostol, quien entre todos los personajes del Nuevo Testamento, se destaca como uno de los de más colorida trayectoria.

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